Beber alcohol es una costumbre social muy extendida, pero sus efectos no son los mismos a lo largo de la vida. A medida que envejecemos, el organismo y el cerebro responden de forma distinta, y los riesgos aumentan con el paso del tiempo.

  • Un reportaje publicado por The Times analizó cómo varía el impacto físico y mental del alcohol desde la juventud hasta la vejez.

En la veintena, el cuerpo parece más tolerante a los excesos, pero esa resistencia es engañosa: aunque el metabolismo trabaja rápido, el cerebro aún está en desarrollo y el consumo puede afectar la salud mental y emocional. Los lóbulos frontales, encargados del control de impulsos y la toma de decisiones, no terminan de madurar hasta alrededor de los 25 años.

En los 30: fertilidad y vitalidad en juego

A partir de los 30, muchas personas comienzan a preocuparse por la salud reproductiva. Expertos como Karen Tyrell, de la organización Drinkaware, señalan que el alcohol puede reducir la fertilidad tanto en hombres como en mujeres, ya sea por alterar las hormonas o afectar la calidad del esperma.

  • Además, el cuerpo prioriza eliminar el alcohol antes que absorber nutrientes, lo que puede causar deficiencias vitamínicas, cansancio y un envejecimiento cutáneo prematuro.
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En los 40: sueño, hormonas y metabolismo

Durante la década de los 40, el descanso y las hormonas se vuelven más sensibles. Según la doctora Brooke Scheller, el alcohol interfiere con el sueño profundo y aumenta el estrés al alterar el cortisol.

  • En las mujeres, el metabolismo del alcohol se ralentiza con la edad, mientras que en los hombres, la disminución de testosterona favorece la acumulación de grasa abdominal. Reducir el consumo puede mejorar la piel, la energía y el ánimo.
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En los 50: efectos confundidos con el envejecimiento

En esta etapa, es común atribuir el cansancio, los cambios de humor o la falta de concentración a la edad o a desequilibrios hormonales, cuando en realidad pueden estar relacionados con el alcohol. El consumo regular, incluso en cantidades moderadas, puede afectar la memoria y la estructura cerebral, aumentando el riesgo de deterioro cognitivo o Alzheimer.

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En los 60: mayor riesgo de cáncer y fragilidad ósea

A los 60, el cuerpo pierde capacidad de regeneración. El alcohol incrementa las probabilidades de desarrollar varios tipos de cáncer —especialmente de mama, hígado, colon y boca— y también acelera la pérdida de densidad ósea, favoreciendo fracturas y debilidad muscular.

En los 70 y más allá: corazón y presión arterial

En la vejez, los efectos del alcohol se concentran en el sistema cardiovascular. El consumo habitual eleva la presión arterial y puede provocar arritmias o accidentes cerebrovasculares. La buena noticia, según Scheller, es que estos parámetros suelen mejorar rápidamente al dejar de beber, junto con la inflamación general del cuerpo.

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Adaptar los hábitos, la clave

Los especialistas coinciden en que reducir el consumo de alcohol aporta beneficios en cualquier etapa de la vida. Hacer pausas de varias semanas o meses permite al organismo recuperarse y evidenciar los cambios positivos.

El mensaje central es claro: el impacto del alcohol no es estático, sino acumulativo. Comprender cómo cambia su efecto con la edad puede ser la clave para mantener una mejor salud física y mental a lo largo del tiempo.

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Fuente: Infobae

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